Lo único que sabía era que, al irse, se había llevado algo que me
mantenía entero, una imagen necesaria de mí mismo, algo sin lo cual
corría peligro de desplomarme; y fuera lo que fuera, vanidad
indispensable, idea irremplazable de mi propia vulnerabilidad, se había
ido y solo ella podía devolvérmelo, o eso creía.
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